Por: Rocío Durand Cercas.
La simple curiosidad me llevó a una tienda con muebles modernos, diseños con acabados que invitan a acariciar su textura; la atmósfera que evocan es elegante y placentera. Una litera para tres, en tonos pastel, detonó la pregunta: ¿Cuánto cuesta? Dirigí mis pasos hacia el fondo del local donde se encontra-ban dos mujeres delgadas de cabello corto y un niño. La pared a espaldas del escritorio estaba tapizada de dibujos que el pequeño Axel David de cuatro años realizó desde la mañana. Una señora callaba esa vocecita minimizando su es-fuerzo por ser atendido. Dieciocho mil pesos, respondió. Hágale caso insistí, deseaba escuchar a ese personaje de cuento arrancado de “el país del nunca jamás”. Después de todo, pensé: para niños como Axel se compran las literas de dieciocho mil pesos cuando hay con qué.
La urgencia de Axel era que le anotaran un nombre, atrás del trabajo que recién terminó: El hombre elástico. La tía tomó el crayón azul cielo y lo escribió.
Dirigí mi conversación al pequeño, en cuclillas para acercarme a su cara.
-¿Tú hiciste todo eso?
-Sí, (entre seseos y medias palabras desbordantes de emoción casi gritaba su relato). No había pegamento pod eso pushe diurei.
-¿Y tú lo cortaste solito? Las tijeras descansaban en un taburete y el diurex sobre el escritorio de la madre. Mi blusa de tirantes dejaba salir el calor del cuerpo asomando parte de mis pechos pero para Axel esa realidad aún no existe. Esa libertad me invita a admirarlo; las mujeres permitieron el diálogo, comentaban entre ellas sus hazañas.
-¿Qué hace?
-Salva a uno que cae al agua, ¡mira! ésta es el agua. Al calce del dibujo tenía recortes añadidos que dejaban un espacio vacío para simular las ondas del agua dibujada el contorno con crayola, la azul. En el centro de la hoja blanca había un como boquete de donde un diurex sostenía otra tira en forma de acordeón que hacía colgar al accidentado. El hombre elástico aparecía con sus largos brazos al rescate.
-Yo soy el hombre elástico, me puedo estirar, soy grande, estoy creciendo mucho.
Traté de dimensionar su fantasía, pero él escapó al baño y sentado en la tapa del water apoyó su brazo en la pared, con la palma extendida.
-Mira: Soy elástico, afirmó con la certeza de quien describe un objeto real.
Asomé la mirada y en efecto, la palanca cromada del desagüe no mentía en el reflejo. El brazo se veía más y más largo. ¡AXEL: EL HOMBRE ELÁSTICO!
-Hice magia ¿viste? Tras su espalda permanecí unos instantes, como invitada de honor a su mundo.
¿Cómo desmentir semejante evidencia? ¡Qué ingenio sagaz! Me invadió el asombro al reconocer la chispa divina que poco a poco nos encargamos de apagar. ¿Tendré derecho a “traerlo” a mi realidad?
Imaginé los riesgos de que Axel David mantuviera ese mundo virtual como pieza de rompecabezas que embonaba milímetro a milímetro en “la realidad”.
Aunado el contexto de calor a las cinco de la tarde, azúcar en las refrescantes sodas que a cada paso llevan los transeúntes, el deseo real de vender de la madre que la convierte en autista, extraña a ese mundo. Todo esto en medio de locales vacíos, dependientas acaloradas y aburridas que bajan la cortina apenas da la hora de cerrar.
Recordé las reflexiones de Lorena maestra de kinder: “Esas películas, como la de los cuatro fantásticos, me preocupa que puedan provocar accidentes; a mí me costó mucho trabajo hacerle ver a un niño que no era el hombre araña; todo el año pasado le decíamos su nombre y no hacia caso. Un día se trepó a una barda y no logramos bajarlo más que con un juego similar: otro niño mayor se trepó tras él contando una historia a gritos simulando estar en su juego. Las mamás tampoco ayudan”.
No dudé más pero ¿qué hacer? Que Freyre, que Rousseau, que Comenio, que Platón, que Montesori, que Lipman...
Vino el reto, el desafío; Edgar Morin viene más al caso pero no he leído nada en sus textos como para resolver este dilema.
Axel vamos a ver, sugerí. Tomé el rollo de papel y lo corté al tamaño de su brazo que permanecía estirado y le hice contar los cuadros. Uno, dos, tres, cuatro.
-Son cuatro, respondió.
-Ahora mírate en la magia que descubriste. ¿Es del mismo tamaño de tu brazo el papel?
-Sí.
- A ver, cuenta lo cuadros.
-Uno, dos, tres, cuatro.
Ya ves, ¿son los mismos cuatro?
-Sí
-Entonces qué es tu brazo en el reflejo, ¿realidad ó fantasía?
-Fantasía, exclamó.
-¡Eh! Dame cinco y chocamos las palmas de la mano.
Axel David, cuatro fantásticos años; ¡un gigante!
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